sábado, 19 de agosto de 2023

Vito Giuseppe Passamai

EL ARTISTA PICAPEDRERO

Por Elio Daniel Rodríguez

Detalle del bebedero triple de plaza 9 de Julio, Salta. 
Fotografía: Elio Daniel Rodríguez

Don Vito Giuseppe Passamai llegó a la Argentina en 1926, alejándose del fascismo que tomaba cada vez más fuerza en su Italia natal. Había dejado en aquel país a su esposa y dos hijos. Uno de ellos vino a conocerlo 25 años más tarde, en 1951, y si bien la intención seguramente era regresar a Europa con él, no pudo convencerlo, así es que después de muchos vanos intentos, decidió el mismo afincarse en esta nueva tierra. Hizo venir a su prometida, se casó con ella y echó raíces en este rincón de América, en donde estaba su padre.

Pocos salteños lo saben, pero cada vez que transitan por la Plaza 9 de Julio una parte del legado de don Vito es testigo de sus pasos. Porque los bebederos de piedra, con sus copas y pedestales, son obra de su tesón y prolijo empeño; como los son también los curiosos cuencos y ruedas emplazados justo enfrente de la Catedral; o los monolitos que rodean el busto de la educadora Mercedes Arancibia ubicado a las puertas de la Escuela Urquiza; o las obras en piedra de la plazoleta en la intersección de San Martín y Buenos Aires; o el pedestal del busto de Sarmiento -que hoy está en desuso ya que el busto fue colocado sobre un pedestal de cemento-; o el pórtico del antiguo Jardín Incaico, hoy tristemente desaparecido; o la fuente del paraguitas; o la de la estrella; o el escudo a los pies del mástil en el Parque San Martín; o los bancos de piedra; o el libro abierto, también en piedra, del Matadero Municipal…

La materia prima venía de La Pedrera. La transportaba él mismo, y la extraía a veces valiéndose de explosivos para separar los grandes trozos del material que le proveía la tierra, siempre generosa.

Sus amigos le decían “don Víctor” y en la municipalidad lo conocían como “el picapedrero”. Le llamaran como le llamaran, él era un artista y, quizás como testimonio de su amigable confraternidad con la tierra que lo acogió, a las pocas obras que firmó le inscribió como nombre del autor un argentinizado “Víctor Passamai”.

Hacía que la piedra se transformara en los más variados objetos para uso y deleite de paseantes y transeúntes, y gracias a sus manos habilidosas la veía renacer bajo la forma de bebederos, adornos, portales y bancos.

En estos tiempos en los que todo se hace para no durar demasiado, resultaría extraño tal vez el trabajo de aquel artista de la piedra, que transpiraba su talento con ansias de eternidad.

Mientras iba sacando belleza de la dura roca, fumaba en pipa. Dicen que se valía, para su oficio esforzado, de pocas herramientas; apenas dos o tres a las que sus manos y su ingenio sabían sacarle el mejor provecho. Le alcanzaban un martillo, un cincel y alguna sencilla cosa más. No le hacía falta ningún otro elemento, porque todo lo compensaba con sus ganas y con la alegría que le daba el ver surgir del seno duro de la roca, la creación sensible de su ingenio escultórico.

La paga era escasa, apenas 4 pesos por día. Por eso, cuando quiso no pudo volver a visitar su amada Italia. Falleció el 21 de agosto de 1969, a los 72 años. Pero la historia no termina ahí; existe un documento, fechado en Italia el 15 de septiembre de 1970, en el que se lo designa “Cavaliere dell’ Ordine di Vittorio Veneto”. La Orden de Vittorio Veneto se estableció en marzo de 1968 para «expresar la gratitud de la Nación» a aquellos que, después de haber luchado durante al menos seis meses durante la Primera Guerra Mundial o conflictos anteriores, habían logrado la cruz del mérito de guerra. El Jefe de la Orden, que comprendía una sola clase de Caballeros, era el Presidente de la República de Italia. Este honor era otorgado por decreto del jefe de Estado a propuesta del Ministerio de Defensa. La vida a veces tiene esas cosas; don Vito fue artista picapedrero en Salta y poco después de su muerte se lo nombró Caballero de Italia. Él, que estaba acostumbrado a extraer belleza de las piedras, había conocido alguna vez los horrores de la guerra.

Ahora nos queda su obra; una obra bella, útil y tan luchadora contra los perjuicios del tiempo como lo puede ser la dura matriz de nuestros cerros. Ahí está, en la piedra, el espíritu sensible del picapedrero que hizo de su oficio un arte imperecedero.


A modo de reflexión:

Por haber hecho nuestros paseos públicos, plazas y parques más hermosos, tenemos una deuda de gratitud para con don Vito Giuseppe Passamai. Su legado perdura ante la indiferencia de muchos y es hora de otorgar el debido valor a su trabajo fecundo, sensible y esforzado. Varias de sus obras van deteriorándose o sufren vandalismo sin que se haga nada por proteger el tesoro surgido de las manos y el corazón de este italiano, hábil e ingenioso picapedrero, que una vez, hace mucho, hizo de este suelo su casa. Hay fuentes de agua que no funcionan y piedras que se desprendieron del lugar en el que originalmente estuvieron. La carismática Fuente del Paragüitas fue quitada de su lugar hace varios años y permanece arrumbada en la Planta Hormigonera Municipal. No puede permitirse que este valioso patrimonio común languidezca hasta desaparecer. Depende de todos, pero fundamentalmente de quienes tienen responsabilidades de decisión, que la obra de este artista siga deleitando a salteños y turistas.


Arriba: La Fuente del Paragüitas, obra en piedra realizada 
por Vitto g. Passamai y que por muchos años formó parte de 
momentos muy felices de una enorme cantidad de salteños y turistas. 
Abajo: La obra, tal cual permanece en la actualidad, arrumbada en la 
Planta Hormigonera Municipal.





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