viernes, 16 de agosto de 2024

 

Gimnasta, soldado y ornitólogo

Las tres vidas de Gunnar Höy

 

Por Elio Daniel Rodríguez

 

A la memoria de Gunnar Arthur Höy, notable ornitólogo. Hace muchos años me obsequió un pajarito taxidermizado que había encontrado muerto por el frío y me narró sus historias de proezas deportivas, enfrentamientos armados y aves encantadoras.

 

Cuando Gunnar Höy finalmente se estableció en la ciudad de Salta –¡tan distante de su lugar de nacimiento!–, una de las primeras cosas que hizo fue comprar la herramienta que le permitiría sobrevivir en su nueva patria. La máquina de coser Brothers, que adquirió entonces, todavía se conservaba en impecable estado cuando la vi en 2014, y hasta funcionaba, preservada como una reliquia familiar.

Por supuesto que ya entonces tenía la idea de dedicarse en Argentina a la ciencia de las aves, la ornitología, pero antes debía lograr vivir de algún trabajo, y conseguir para él y su familia, que había traído en larga travesía cruzando el Atlántico, un ingreso económico suficiente como para poder satisfacer las necesidades elementales de un hogar.

Era sastre de profesión; ocupación que le había sido transmitida por vía paterna en su natal Noruega. De hecho, su padre era propietario de una importante sastrería –una fábrica de ropa de esos tiempos– en la que se desempeñaban varios empleados y en la que el dueño del lugar trabajaba en la confección de prendas por encargo, muchas veces de personalidades prominentes del país.

Gunnar siguió los pasos de su padre en el arte de la sastrería, pero se especializaba, sobre todo, en ropa de mujer. Para ello, se había capacitado durante tres años y había tenido que afrontar también su año de aprendiz, tras lo cual rindió un examen, frente a su padre, obteniendo recién después su habilitación formal para poder trabajar, incluso de manera independiente.

En la ciudad de Salta, con gente por lo general resuelta a entablar relación de amistad con extranjeros, y en tiempos en los que no existía el número de comercios dedicados a la venta de prendes de vestir que se ven en la actualidad, el recién llegado sastre tuvo trabajo muy pronto, y una relativa tranquilidad, que por años había sido renuente a sobrevolar la familia, comenzó a hacerse realidad.

Por cierto, Gunnar no sólo confeccionaba ropa para la ocasional o frecuente clientela que llegaba hasta su casa, sino también para los miembros de su propia familia. Sus hijos vestían los pequeños trajecitos que las manos habilidosas del padre fabricaban, y su esposa lucía los tapados hechos también por él con la piel de los zorros que por entonces cazaba en sitios como en el que ahora se asienta el barrio Grand Bourg, dominio, en aquel entonces, sólo de la flora y fauna salvajes.

Comenzó a coser, y a pintar. Y mientras tanto, inició gestiones para ingresar en la Universidad Nacional de Tucumán. Soñaba con la posibilidad de que se creara un museo y ansiaba poder trabajar en él con las aves, que aprendió a conocer desde su lejana infancia en Escandinavia.

En realidad, en un primer momento, cuando los acontecimientos le mostraron que debía alejarse para siempre del país en que nació, no pensó en Argentina. Su intención era radicarse en Addis Abeba, capital de Etiopía. Perseguía el objetivo de instalarse en un lugar poco desarrollado y comenzar allí con sus estudios ornitológicos, hacer un museo y publicar trabajos científicos, y en su imaginación, ese rincón de África ofrecía buenas oportunidades. Ya había iniciado los trámites para emigrar a este país, cuando se encontró con Kjeld Christensen. Fue una casualidad.

Kjeld había estudiado la carrera de medicina en su país natal, pero se dice que le faltaban aún un par de materias para obtener su titulación. Él ya estaba radicado en Argentina y trabajaba en el hospital de Aguaray. Cuando encontró a Gunnar, estaba de regreso en Noruega con el objetivo de rendir las materias pendientes y obtener finalmente su título. Había nacido él también en Noruega, el 24 de junio de 1917. Era un dotado gimnasta, que se destacaba en la disciplina de caballete; fallecería en Salta el 20 de julio de 1983, con 66 años de edad1.

En su encuentro con Kjeld en Europa, Gunnar le contó acerca de sus planes para trasladarse a Addis Abeba, pero Kjeld lo desanimó pronto de esa idea. Le dijo que Etiopía presentaba problemas sociales y económicos considerables, y que seguramente la situación iría empeorando con el correr de los años. Además, según su visión de las cosas, para un europeo como Höy no sería nada fácil radicarse en aquel país. Le insistió en que viajase a la Argentina; le contó algunas cosas sobre el país –del que Gunnar lo ignoraba todo–; le dijo que la gente era amable con los extranjeros, que no había un sentimiento anti alemán, y, sobre todo, le informó que aquí, en materia de ornitología e investigación científica todavía estaba todo por hacerse.

Aquella conversación con Kjeld modificó de tal modo las ideas de Gunnar sobre la elección del lugar para radicarse, que el destino de la familia cambió de una vez y para siempre. Viajaron a la Argentina; dejaban atrás algunos duros años de guerra y privaciones. Confiaban en el futuro.

Gunnar Arthur Höy nació en Noruega, el 17 de noviembre de 1901 y muy pronto, siendo casi un niño, sintió una profunda atracción por el universo maravilloso de la naturaleza y sus aves. Gustaba mucho de la soledad, y en los años de su adolescencia disfrutaba recorrer el bosque y pasar las noches entre los árboles; allí comenzó a colectar aves, que llevaba al museo. Halló nidos que hacía mucho tiempo que no se encontraban, y fue conformando una variada colección de huevos. Con el paso de los años, su interés fue creciendo, y así tomó contacto con el Museo de Historia Natural de Oslo, donde realizó sus primeras prácticas  en el arte y técnica de la taxidermia y en la ciencia de la sistemática.

Sus primeras publicaciones datan del año 1924, cuando sólo contaba poco más de veinte años. Estos trabajos se interrumpieron en los inicios de la década de 1930 y continuaron recién treinta años más tarde, ya en Salta, dueña de una avifauna, obviamente, muy diferente a la conocida por Gunnar Höy en su Noruega natal.

Durante una parte de los treinta años en que Höy no publicó ningún trabajo sobre las aves tuvo lugar la Segunda Guerra Mundial, de la que el ornitólogo tomó parte activa. Pero ¿cómo es que este noruego nacido en 1901 llegó a participar en aquel conflicto bélico? Para responder a esta pregunta hace falta retrotraerse un poco más atr.as.

Gunnar Höy amaba profundamente la actividad física. Había sido en su Noruega natal campeón de gimnasia artística en 1930, llegó a ser preparador olímpico, y él mismo se preparaba para participar de las Olimpiadas del año 1940. En 1936 había asistido a las competencias olímpicas que se desarrollaron en Berlín y quedó profundamente conmocionado por todo el despliegue y la organización que pudo observar. En el club al que asistía a entrenar fue donde conoció a la que sería su esposa y madre de sus hijos, Tordis Helena Olsen2, de profesión fisioterapeuta.

Por aquellos tiempos Höy también había sido invitado a las competencias que desarrollaban los clubes Sokol, que eran entidades pertenecientes a un movimiento deportivo de origen checo, no solamente asociado específicamente a la gimnasia, sino también a una determinada visión de la cultura y la política.

La vida de Gunnar Höy pasaba por la práctica del tiro y por la gimnasia, pero identificado con ciertos aspectos de la política y la sociedad germana de entones, se involucró en la guerra luchando para Alemania, combatió en el frente ruso y su vida cambio para siempre. En una charla que mantuvimos hacia los inicios de la década de 1990, me contó cómo había sido su incorporación a las fuerzas alemanas. Me dijo que convertirse en SS no era fácil; entre otras cosas debía tenerse una estatura de, como mínimo, 1,70 m y en la dentadura de los aspirantes no debían faltar más de dos dientes. El otro requisito –tal vez el más limitante para él– era el de la edad. Se admitían combatientes de no más de 35 años y Höy ya tenía para entonces 38 años. No obstante, su excelente preparación física y su habilidad para el tiro le permitieron el ingreso a la división Wiking, de la Waffen SS, una división conformada en buena parte por voluntarios escandinavos, pero también por soldados de otros países europeos. Peleó durante 1 año y 7 meses, habiendo participado –me lo dijo mientras me mostraba un papelito con nombres extraños para mí pegado en su álbum de fotografías– en las batallas de Mius, Rostow, Donet, Kuban, Maikop, Terek, Grosny, Alagir y Malgobek. Habiendo sido herido en combate, terminó la guerra para él como soldado y regresó a Noruega, que estaba ocupada por los alemanes.  

Vivieron en una casa en el bosque, en una zona muy próxima a la frontera con Suecia. Un cuadro que pintó Gunnar pocos años antes de su fallecimiento refleja el espíritu del lugar, con un urogallo encaramado en lo alto de un hito fronterizo, en medio de un bosque que parece atardecer.  Allí habitaron una vivienda con otra familia, de la que eran parientes, alimentándose de lo que lograban cazar.

Con el tiempo, las cosas cambiaron, y cuando se produjo la victoria de los aliados, Gunnar y su esposa buscaron refugio en Suecia. Allí fueron detenidos y Gunnar ingresó a un campo de concentración de prisioneros para varones mientras que su esposa fue destinada a un campo de concentración de detenidos femenino. Transcurridos seis meses –durante los cuales Höy aprendió a pintar– los liberaron y fueron conducidos nuevamente a Noruega, donde los recibió la policía de ese país. Llegaron al pueblo de Kongsvinger.  

Helena, la esposa de Gunnar, fue liberada, pero él fue llevado detenido a la Fortaleza de Kongsvinger. Se lo interrogó, se lo investigó y se indagó acerca de su pasado. Después fue llevado a juicio, y el 7 de agosto de 1946 recibió una pena de 4 meses de prisión, que le dieron como cumplida por el tiempo que ya había pasado recluido a la espera del veredicto. Volvieron a la casa del bosque.

Luego de todos los pasos burocráticos de rigor para emigrar a Sudamérica, varios años después subió con su familia a bordo de un pequeño barco de transporte de cargas que podía llevar entre diez y doce  pasajeros. Pero no eran los únicos; entre otros, también viajaban en esa embarcación hacia Argentina Unni, esposa de Arne Hoyggard, y los dos hijos de la pareja, Bernt y Sidsel. El viaje duró dos meses, tras los cuales llegaron a Buenos Aires.

Una vez allí, tomaron el tren a Salta. El pequeño Tore, primer hijo de Gunnar y Helena, tenía seis años cuando lo recibió un país, una cultura y una lengua distintos, y fue enviado a Molinos unos meses para que aprendiera el idioma de la tierra adoptiva. “Cuando volví, ya hablaba el español mejor que ellos” me contó muchos años después. El segundo hijo de la pareja, Andrés, nacería en 1955 en Aguaray, donde residía el doctor Kjeld Christensen.

Los primeros tiempos los vieron transcurrir en una pensión que se encontraba en calle Córdoba, primera cuadra; según recuerda Tore Höy, se la conocía como Pensión Pons. Por aquel entonces además de abrirse paso económicamente con la máquina de coser Brothers, que se mencionó antes, Gunnar también dedicaba parte de su tiempo a la pintura. De a poco, fue tejiendo su historia hasta ingresar, en 1954, al Museo de Ciencias Naturales de Salta, dependiente  por entonces de la Universidad Nacional de Tucumán. Y allí comenzó la tercera vida de Gunnar Höy -después de su vida de gimnasta y de la que tuvo como soldado-, la que lo llevaría a convertirse en uno de los principales artífices de los estudios ornitológicos en la región durante la segunda mitad del siglo XX. 

Además de estudioso de las aves, Höy era un delicado taxidermista. Sobre su trabajo en el Museo de Ciencias Naturales de Salta, el ornitólogo Martín de la Peña3, que lo conoció en 1976 y trabó amistad con él, en el Obituario publicado en la revista El Hornero, publicado recién en 2005, muchos años después del fallecimiento de Höy, contó que “gracias a su trabajo y por intermedio de sus relaciones, el museo de Salta tomó un nivel internacional, estableciéndose contactos con especialistas de Chicago, Nueva York, Los Ángeles y Berlín, entre otros”. Se especializó en nidos y huevos, y sus trabajos científicos aparecieron en diversas publicaciones y en varios idiomas. El nombre especifico de una lechucita, Megascops hoyi, está dedicado a él, como así también los nombres de dos subespecies de aves: Geositta rufipennis hoyi y Spinus magellanicus hoyi.  En 1990 la Asociación Ornitológica del Plata tomo la decisión, comunicada en nota del 20 de enero de 1991, de designarlo Socio Honorario de la institución “en mérito a su permanente aporte al conocimiento de la avifauna argentina merced a su dilatado y fecundo desempeño como ornitólogo, de los cuales –dice la nota firmada por Edmundo R. Guerra y Elsa M. de Stein– es usted decano en la Argentina4”.

Gunnar Arthur Höy trabajó en el Museo de Ciencias Naturales de Salta hasta su jubilación, en 1987. Falleció el 25 de octubre de 19975.

Notas:

1. Diario El Tribuno, Salta. Obituario, página 27, jueves 21 de julio de 1983.

2. Tordis Helene Olsen de Höy, nació el 13 de abril de 1918 y falleció el 3 de noviembre de 1988.

3. De la Peña, Martín R. 2005. Obituario - Gunnar Höy (1901–1996). Revista el Hornero. 20(2):197–198, Aves Argentinas / Asociación Ornitológica del Plata. Buenos Aires.

4. Fotografía del documento en poder del autor.

5. Diario El Tribuno, Salta. Obituario, página 45, miércoles 29 de octubre de 1997.

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